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Agustín Delgado,   España, 1941 
  
Gritan allá lejos, escuchad
  
Para poder siquiera los dos acercarnos 
necesitaríamos 
siglos de instantes como este instante. 
Para que pudieran morir las aguas más sucias, 
para que pudieran brotar las aguas más claras. 
Aquella sed, los gritos, el pájaro amarillo 
que cantaba ayer tarde y te ponía triste. 
Aquel candor feroz de tus ojos de esponja 
en el momento cumbre, al desplegar los párpados. 
El viento, el mar, las más bellas palabras 
que pronuncia un hombre a la hora de morir. 
El verte y el no verte. El deslizar los dedos 
por las venas muertas de tus manos vivas. 
Todo es vana poesía. Todo se ha convertido 
en inútil deseo de un deseo de amor. 
Para poder siquiera los dos acercarnos 
necesitaríamos 
siglos de ternura como esta ternura. 
  
 
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