|  |  | Alberto Velásquez Günther,   Guatemala, 1891
 
 
 Era en tu albergue...
 
 Era en tu albergue de cristal bruñido
 y hallábame en la tierra agonizante.
 Tú tenías el cielo por delante
 y yo tenía el túnel del olvido.
 
 Agua de tu caudal amanecido,
 luz de tu clima, leda y albicante,
 fueron mi extrema unción en el instante
 de hallar a Dios en el postrer latido.
 
 Subía el humo de las chozas cuando
 los dedos de una voz ultraterrena
 fueron mis dulces párpados cerrando.
 
 Y así morí, cuando morí, al abrigo
 de tu montaña de murmurios llena
 y en las vendimias del maíz y el trigo.
 
 
 Muerte, cuando me llames...
 
 Muerte, cuando me llames encontrarás tranquilo
 mi corazón, serena verás mi tantasía.
 Tenso como una cuerda que de una melodía
 suave, cuando te plazca puedes cortar el hilo
 de la existencia mía.
 
 Cuando después, ¡Oh, muerte!, de espiar por los Balcones
 de mi jardín ya pises las íntimas baldosas,
 no encontraras un nudo de torpes ambiciones;
 Encontraras canciones,
 hallarás una amable constelación de rosas.
 
 ¡Oh muerte! Y sin embargo, cuán honda pesadumbre
 conturbará mi espíritu, qué gran remordimiento
 cuando, ya de mis días al tramontar la cumbre,
 los lívidos visajes de tu segur vislumbre
 ¡porque yo aré en el mar y edifiqué en el viento.
 
 ¡Oh, sí…! Cuando me llames, encontrarás dispuestos
 mi barro a difundirse, mi espíritu a volar…
 pero sobre la losa que ha de cubrir mis restos
 como epitafio, ¡Oh, muerte!, pónme cualquiera de estos:
 "Edificó en el aire, o bien: "Aró en el mar…"
 
 
 
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