Alejandrina Benítez,   Puerto Rico, 1819


El cable submarino

Volvedme el arpa que en mejores días
Corporizó mis gratas impresiones,
y huyan por siempre pálidas, sombrías,
de la inercia, fatídicas visiones.

¡Volvedme el arpa: y vuele el pensamiento
tras la estela divina que lo encanta.
Brote libre el sublime sentimiento
que murmura en mi seno, canta, canta!

Jamás en los arcanos del destino
vi tan bella, magnífica primeza:
ya no eres Patria, ilota peregrino,
tu vida intelectual desde hoy empieza.

Ondina de los mares de occidente,
desplega el manto que bordó Pomona.
Levanta al cielo tu virgínea frente,
ciñe de palmas eternal corona.

Y saluda al progreso que en tu arena
posó su egregia, su creadora planta,
que de Morse el invento te encadena
al siglo, que a los siglos adelanta.

Ya no eres tú la virgen solitaria
de agreste monte en áspero recodo,
eres de un porvenir depositaria,
parte viviente de un inmenso todo.

Las ciencias y las artes en tu seno
Ansían ya deponer rica simiente,
el comercio y la industria campo ameno
dar a tu ociosa juventud valiente.

Corre en pos de los triunfos generosos
que conquista inmortal el pensamiento,
no hay en el mundo timbres más gloriosos
que los timbres insignes del talento.

Cubre del tiempo el polvo aborrecido
de los héroes invictos la victoria,
y no pasa los lindes del olvido
del monarca mayor la humana gloria.

Pero aquellos que grandes consagraron
a lo útil, a lo bello su existencia,
el olvido y la muerte dominaron
en alas de su excelsa inteligencia.

Aún sueña el alma en éxtasis divino
ver ondear las banderas españolas,
y contempla asombrada al Gran Marino
que hizo surgir un mundo de olas.

Aún escucha anhelante mi deseo
entre el rumor de muchedumbre aleve,
cual repite impasible Galileo:
“Es la tierra no más la que se mueve.”

Y miro al inmortal americano
levantar a los cielos su cabeza
y señalar al rayo con su mano
oscura tumba a su fatal grandeza.

Y en transporte de amor y de entusiasmo
sigo de Guttenberg el movimiento,
que rompe para siempre el frío marasmo
que la ignorancia impuso al pensamiento.

Y veo radiante cual luz febea
vertiendo aroma, encanto y armonía,
esos reyes divinos de la idea,
los hijos del amor y la poesía.

Verdi, Mozart, y Calderón y el Tasso,
de los siglos magníficas estrellas.
vosotros no tendréis jamás ocaso,
no borrará la muerte vuestras huellas.

Ni la vuestra, pintores inspirados,
que atesoráis gigantes concepciones:
no mueren los que fueron señalados
para copiar de Dios bellas creaciones.

Y tú, Morse, que mundos encadenas
con vínculos de amor y movimiento,
que las leyes de Dios rápido llenas
y agrandas el humano pensamiento:

¡tú vivirás en tanto que profundo
circule el mar al universo entero:
has grabado tu nombre en todo el mundo
y eres entre los grandes el primero!


 
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