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Alfredo Espino, El Salvador, 1900
Quezaltepec
La noche fue dantesca... En medio del mutismo
rompió de pronto el retumbar de un trueno...
Tropel de potros que rompiera el freno
y se lanzara, indomíto, al abismo...
Un pálido fulgor de cataclismo,
al cielo que antes se mostró sereno,
siniestramente ilminó de lleno,
como si el cielo se incendiara él mismo...
Entre mil convulsiones de montraña
se abrió la roja y palpitante entraña
en esa amarga noche de penuria...
Y desde el cráter en la abierta herida
brotó la ardiente lava enfurecida
como un boa incendiando de lujuria.
El Nido
Es porque un pajarito de la montaña ha hecho.
en el hueco de un árbol su nido matinal,
que el árbol amanece con música en el pecho,
como que si tuviera corazón musical...
Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma,
para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me dá la sensación
de que se le ha salido, cantando el corazón.
Los potros
Ya se acercan los potros; raudamente precisa
el grupo sus contornos de estética salvaje;
entre el pálido rosa del lánguido paisaje
corren desenfrenados, a la par de la brisa.
Los potros ya se acercan: mas lo hacen tan aprisa,
que parece volaran sobre el quieto paraje;
desplázanse los cascos en fantástico viaje
atrás dejando chozas de silueta imprecisa...
Huracanadamente por los llanos nativos,
van devorando leguas los potros fugitivos,
por burlar los afanes de inútil seguimiento;
como una sombra alada pasan ante nosotros,
y los recios gañanes, en fuga tras los potros,
describen con los lazos rúbricas en el viento...
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