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Alvaro Cunqueiro, España, 1911
También el mar...
También el mar, hoy,
tiene el alma llena de madurez.
–Se le oye la adolescencia
en el vidrio del aire
llena de fragmentos de vísperas
y de intactas navegaciones oscuras–
Así. Más allá. Ahora de la sombra:
¿No te duele el canto,
–redondez tibia de beso preciso–
del sol en la sombra?
Le dije a la tórtola
Le dije a la tórtola: ¡Pase mi señora!
Y se fue por el medio y medio del otoño
por entre los abedules, sobre el río.
Mi ángel de la guardia,
con las alas bajo el brazo derecho,
en la mano izquierda la calabaza de agua,
mirando a la tórtola irse, comentó:
–Cualquier día sin darte cuenta de lo que haces
dices: ¡Pase mi señora!
y es a tu alma a quien despides como un ave
en una mañana de primavera
o en un atardecer de otoño.
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