Alvaro Armando Vasseur,   Uruguay


El miraje

Rival de las gloriosas Atalantas
inspiradoras de himnos sobrehumanos,
que mi imperial tristeza desencantas
al tenue roce de tus blancas manos.

Si vinieras a mí, como otras tantas
vinieron y pasaron –sueños vanos–
y lloraran, rus ojos soberanos
al ver mi corazón bajo tus plantas;

aunque mimaras mi orfandad esquiva,
como una joven águila cautiva
enferma de nostalgias indecibles,

vieras, en medio de los sumos goces,
absortas, las pupilas que conoces
en siderales mundos de Imposibles...


A un león

León de melenas rojas
y atronadores rugidos,
¿qué aguardas que no te arrojas
a los zarpazos prohibidos?

La jaula de tus congojas
custodian viejos bandidos;
tus cadenas están flojas...
y tus barrotes, podridos...

¡Oh, fiera de ojos sangrientos
que apuñalan los tormentos
de los hierros encendidos!

¿Qué sueñas, que no te enojas?
¿Qué aguardas, que no te arrojas
a los zarpazos prohibidos?


Helénica

En la noche sin fin de mi Odisea
resplandeció la luz de tus primores
oh, Musa de los últimos amores
de labios dulces como miel hiblea.

De la divina madre Citerea
heredaste los flancos seductoras,
la curva omnipotente, los rubores,
el gesto, y la sonrisa de la Dea.

Te juro, por los manes de Platea,
que la lanza de Palas Atenea
coronando la Acrópolis sagrada,
jamás resplandeció cual tu mirada,
en la noche sin fin de mi Odisea.


 
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