Ana María Vieira,   Chile


El sueño de la doncella

Por la ventana ha entrado un hombre muerto,
blanca la sien y en sombra desvelado,
mientras la luna –ciega– se ha ocultado
bajo las luces, más allá del huerto.

A la doncella toma en cuerpo abierto
y la corteja con su brazo helado.
Sueño del agua, sueño del amado
en este engaño del que todo es cierto.

El cielo entero goza y se estremece
cuando en amor disfruta que la bese.
Como una brisa queda deshojada.

Despunta el día. Ella se ha dormido.
Todo en su alcoba se ha desvanecido
menos la huella roja de una espada.


La urraca

Sobre el viejo portón iluminado
negra la urraca se detiene y mira.
El litúrgico manto de su lira
va encegueciendo el árbol desnudado.

Caen sus ramas bajo el peso helado
hacia la nieve que en sus visos gira.
Las rojas chimeneas de la ira
por la húmeda casa se han marchado.

¿Quién vive allí? ¿La multitud errante?
Tan sólo habita un hombre solitario
que sueña en soledad por un instante.

Sobre el portón, envuelta en un sudario,
la urraca grita como negra amante
su muerte oscura que se muere a diario.


 
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