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Angela Figuera Aymerich, España, 1902
Noche
Quietos en la noche clara.
Mi cara junto a tu cara;
la misma luna nos baña.
Piel contra piel, en mi cuerpo
siento el ritmo de un latido
¿es tu corazón o el mío?...
No sé cuándo me he dormido.
Colina
Ola cuajada en la piedra
con espuma de romero,
hasta tu desnuda cima
me has levantado sin vuelo.
Sobre tu lomo clavada
–mástil sin vela en el viento–
de un horizonte redondo
soy matemático centro.
Ocres, amarillos, verdes,
me enredan los pensamientos...
–pinos, tierra; tierra, pinos;
Duero, chopos; chopos, Duero–.
El aire me hace sorber
tragos de frío silencio.
El péndulo de la tarde
me bate lento en el pecho.
El grito de un ave avanza,
hélice de agudo acero:
manos y boca me sangran
sólo de intentar cogerlo.
Muerto al nacer
No aurora fue. Ni llanto. Ni un instante
bebió la luz. Sus ojos no tuvieron
color. Ni yo miré su boca tierna...
Ahora, ¿sabéis?, lo siento.
Debisteis dármelo. Yo hubiera debido
tenerle un breve tiempo entre mis brazos,
pues sólo para mí fue cierto, vivo...
¡Cuántas veces me habló, desde la entraña,
bulléndome gozoso entre los flancos!...
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