Angel Crespo,   España, 1926


No te asomes

No te asomes a ese jardín
ni quieras descubrir sus rosas.
Mueren tras ese idéntico
perfume, igual color,
y la sed llena el vaso.

No te acerques a ese jardín
si quieres que aún existas
y que tu amor de siglos no se apague,
y si amas la esperanza.

Déjalas bajo el sol: búscate dentro
esa otra cosa que renace y muere,
esa flor que sospechas que hay en ti,
esa rosa que fue, pasó, nunca hubo rosas.


El muro

El peregrino llega junto al muro,
ya sin aliento, apoya el él las manos
y la frente, buscando refrigerio:

mas pronto las aparta, que unas manos
y una encendida frente
lo sostienen del otro lado.


El pedregal

¿Son alas deshojadas, huesos, tristes
restos de algún naufragio,
trances sin nombre,
tiempo derrumbado
–o no son más que piedras?
Detrás de ellas habrá un paisaje abierto
o soledad tan sólo;
habrá un vuelo, un tumulto acre de plumas,
un fragor de olas contra el casco vivo,
o una muralla, por la que pasean
centinelas y brumas
y el mediodía se alzará lo mismo
que una rama que crece.

O tal vez no.

Me paro junto a este
pedregal: no me atrevo
a dar un paso más
hacia lo que me engaña revelándose.


 
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