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Angel de Estrada, Argentina, 1872
Calma
La estatua inmóvil al silencio inspira
y en torno vierte su fulgor de diosa,
tan muda como el agua misteriosa
de la profunda fuente en que se mira.
Luchando el alma, en su dolor aspira
a esos silencios para ser dichosa,
y augustamente entre los dos reposa
con noble gesto de callada lira.
Nívea nube en la fuente se refleja
y más inmóvil a la linfa deja
al cruzar por el diáfano paisaje
de alma, fuente y estatua, con anhelo
de darle a aquel espejo su mensaje
de la feliz serenidad del cielo.
Rodas
Miro más alto que las peñas todas,
el Coloso los mares a distancia;
y a su sombra de rey de la arrogancia,
cantada por marinos y rapsodas.
Por ser ilustre entre la islas, Rodas
buscó la fe, la fuerza, la elegancia,
y las espuelas de oro de la Francia
ligó a su nombre en inmortales bodas.
Hoy le haré el sol con su postrera arista
cascos de argento, torres de amatista,
lises, gules, coronas señoriales;
y evocando al pasar, su amor divino,
yo, Caballero de la Cruz, ¡me inclino
ante esas armas del espacio ideales!
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