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Antonio Redondo Andújar, España, 1966
Toda caricia huye...
Toda caricia huye, se renueva.
No hay nada permanente, ni tus manos
cuando en mi cuerpo escriben los profanos
renglones de pasión que el tiempo lleva.
No es muerte, es ya pasado que se eleva
a donde está el recuerdo. Más humanos,
sin duda, parecemos: casi hermanos
a los que un ideal común subleva.
Cubrimos nuestros cuerpos con un manto
que nos impida ver y, también, vernos
heridos por un dios inexistente.
Sabemos que no hay nada permanente,
que ni el amor podrá hacernos eternos
aunque lo divinice nuestro llanto.
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