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Antonio Carvajal, España, 1943
Laberintos de sueño
Mejor que una punta fina
para herirte sin remedio,
la filigrana perdida
en laberintos de sueño.
Y mejor, los gavilanes
que se posan en tu mano
como suspiro de alfanjes
entre la flor y los ramos.
O, mejor, la paz del día
que no necesita espada
sino una flecha encendida
de sol entre lentas ramas.
Dame la noche del desnudo
Dame, dame la noche del desnudo
para hundir mi mejilla en ese valle,
para que el corazón no salte, y calle:
hazme entregado, reposado y mudo.
Dame, dame la aurora, rompe el nudo
con que ligué mis rosas a tu talle,
para que el corazón salte y estalle:
hazme violento, bullidor y rudo.
Dame, dame la siesta de tu boca,
dame la tarde de tu piel, tu pelo:
sé lecho, sé volcán, sé desvarío.
Que toda plenitud me sepa a poca,
como a la estrella es poco todo el cielo,
como la mar es poca para el río.
Pocas cosas
Pocas cosas más claras me ha ofrecido la vida
que esta maravillosa libertad de quererte.
Ser libre en este amor más allá de la herida
que la aurora me abrió, que no cierra la muerte.
Porque mi amor no tiene ni horas ni medida,
sino una larga espera para reconocerte
sino una larga noche para volver a verte,
sino un dulce cansancio por la senda escondida.
No tengo sino labios para decir tu nombre;
no tengo sino venas para que tu latido
pueda medir el tiempo sin soledad un día.
Y así voy aceptando mi destino, el de un hombre
que sabe sonreírle al rayo que lo ha herido
y que en la tierra espera que vuelva su alegría.
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