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Antonio José de Sainz, Bolivia, 1894
La raza Aymara
Mirad: las hordas nómadas en el dolor inerte
del crepúsculo... Lloran el rigor del destino
que vuelca sus tormentas y sus furores vierte
sobre el desconsolado rebano peregrino.
La raza que era grande, la raza que era fuerte,
Hoy riega con su sangre las piedras del camino.
En estas hordas nómadas que marchan a la muerte,
Hay algo muy grandioso que es hondo y es divino...
Los hijos del sol tienen sueño desolado...
su frente no se yergue, su corazón no late...
es porque ya no quieren con ímpetu sagrado,
haciendo de sus penas el mejor acicate,
desenterrar con brío del arca del pasado,
el hacha de la guerra y el arco del combate.
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