Armando D. García,   Cuba, 1895


¿Y sabes por qué fue?...

¿Y sabes por qué fue? Yo era un proscrito
visionario de sendas prometidas,
desterrado del bien por el delito
de llevar mis antorchas encendidas.

El duelo de la Vida, hecha calvario
por el desierto gris del abandono,
llevó a mi corazón de visionario
la amargura secreta del encono.

Y tú, bajo la clámide divina
de tu ternura fraternal y humana
trocaste en santa mi obsesión felina.

Y refrenando anárquicos furores
fuiste, para mi vida, como hermana
que sembrara de rosas mis dolores.


Vida

Prolífica planicie, sembrada de promesas,
la tierra, fecundada como materno seno,
tiembla, cual si en la vida no existieran tristezas
ni hubiera en cada cáliz un sorbo de veneno.

El Sol, sobre el prodigio fértil de la semilla
bendice la fecunda entraña que procrea,
y a su calor bendito surge la maravilla
rásganse las entrañas y el germen dice: ¡sea!

En un desbordamiento de pródigos vigores
nacen los saludables brotes, entre esplendores
de una apoteosis floral y providente.

Y en la inviolable regla de las fecundaciones
se inicia la tarea de las germinaciones
bajo el ojo invisible del Gran Omnipotente.


Lucha

Loa brotes tienen vida; gallardamente erguidos
elevan el penacho de su florecimiento,
y mueven de sus pomas los cálices henchidos
a la caricia artera de traicionero viento.

Y un día en que el Zodíaco marca el inevitable
cambio de la magnánima bondad de la estación,
se inician las tristezas de un duelo irremediable
y en cada espiga tiembla también un corazón.

Y hay raros crujimientos de tallos destrozados;
los cármenes se mecen y son hasta arrancados
del tallo que inclinado se humilla ante el rigor.

Y empieza la zozobra fatal de lo imprevisto
y tiene cada árbol como un divino Cristo
su inevitable y triste calvario de dolor.


 
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