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Armando Rubio Huidobro, Chile, 1955
Monedas
Engominado, pulcro,
penetro en las iglesias
altivamente cirio
con mi cara de hostia
dominguera.
Y me arrodillo,
y me confieso, y me persigno,
y regreso a la calle
para comprar barquillos
con monedas hurtadas al abuelo.
Hábitos
Esta vieja costumbre en consecuencia
de amanecer cansado cada día
con la cara de siempre, el mismo aspecto
–cordero estupefacto, ¡no hay derecho!–
la liturgia congénita de mirarme al espejo:
descubrirme in fraganti con peineta y dentífrico
–no asienta esa conducta en mansa bestia–;
conciencia de estar vivo y respirando
–con qué objeto, qué sabes–, y otras cosas
que, por último, ahora no tolero:
la plena autonomía de mis gestos
y la fidelidad de mis zapatos.
Cualidad
Que mi rostro
siga
siempre
pálido:
así
nadie
sospechará
mi muerte.
Fotografía
Si la vida consiste en poner caras
pondré unos ojos dulces
y labios sonrientes,
para que Dios, fotógrafo en las nubes,
complete su álbum familiar.
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