Arturo Clavijo Tisseur,   Cuba


El cuento árabe

Dijo por fin el jeique de los negros lebreles:
Señor, estos dos perros también son mis hermanos;
por la gracia de Alah, son dos seres humanos,
en canes convertidos por traidores y crueles.

Mi esposa al ver que eran contra su raza infieles,
trató de concluirlos igual que a dos tiranos,
pero al oír mi ruego los ató con sus manos
y los condujo a un antro de la vieja Cibeles.

¡Allí la torva efrita con sus hechicerías
los encantó, y ¡oh, Genni! de sus almas impías
surgieron estos perros tan tristes y serenos!

Mas ya vencido el tiempo de sus terribles penas,
¡yo los llevo a la gruta para que en sus cadenas
dejen la forma y vuelvan a ser hombre y buenos!


Musa lírica

¡La encantada princesa del Monarca Darío,
la de azules pupilas... la de boca de rosa...
ha traído a mi mente yo no sé que extravío...
qué locura de versos... qué delirios de prosa...!

¡La concibo en mis noches de poético hastío,
deslumbrando en el trono de una estrella radiosa...
o en el místico lago de algún cielo sombrío,
recitando el poema de su historia amorosa...!

¡Oh, gallardo Monarca, dios del real Modernismo,
por tu bella Princesa vibrará mi Lirismo
como vibra el acento de tu paz argentina...!

¡Y al compás deleitante de una marcha sonora,
partiré con las galas de mi espléndida Flora,
a embriagar el palacio que tu faz ilumina...!


 
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