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Benjamín Valdivia, México, 1960
Rapsodia en blanco
Bordado en la blancura de tu pecho
un seguimiento de hojarasca y brillo
confluye hacia tu cuello y se te enreda:
Entintas una página,
dices aquella frase,
desamparas un gesto.
El río de minutos nos persigue
dentro del tono blanco
del estremecimiento.
Aterrados
La humanidad es un bosque
y los árboles
estiran sus ramas
en un mar de viento.
Buscan acariciar las hojas
que en la distancia los rodean.
Lanzan aromas fantásticos,
ramalazos de sombra
que alcancen otro páramo.
Mas se encuentran clavados en sí mismos,
en la tierra mojada
de sus aspiraciones.
Jamás pueden besarse
y se van secando y sus hojas quebradizas
caen como lágrimas.
Detenida entre dos espacios
Te detengo entre dos espacios claros
en un pasaje de la sombra
para cifrarte así
como la luz toca la altura de las palmas
en las habitaciones del verano;
igual que toca el agua
de manantiales invisibles
las piedras por debajo del mundo.
Y tu tienes ceñido el brazalete
donde atisba con sus constelaciones
un destino privado:
signo de quietud muy tempestuosa,
mágica mente
que sabe interrumpir tu viaje entre dos cielos
como interrumpe el alfiler la luz
entre las dos alas de la mariposa
conservada en la memoria de estos labios.
Palabras de la duda
Tenía presagiadas para ti
palabras de la duda,
raíces de un árbol sin sentido
o piedras arrojadas por un tiempo negro.
Pero ayer que vi tus ojos
todo estaba en las fronteras del fuego:
armas de claridad tan específica
como lo son para los gamos la pezuña,
el carey para el quelonio mesurado,
la luz para los tigres
o la sensación de no dudar
cuando tus ojos me buscan en la luna.
Ahora tengo para ti palabras ciertas,
la raíz absoluta del árbol del sentido
y piedras alisadas por el paso del río de la vida
sobre de un tiempo transparente.
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