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Bonifacio Byrne, Cuba, 1861
¿Cual sería...?
¡Se fue del mundo sin decirme nada!
Cesaron de su pecho los latidos,
sin que su voz llegase a mis oídos,
triste, como una antífona sagrada.
En su alcoba revuelta y enlutada
quedaron sus recuerdos esparcidos,
como quedan las plumas en los nidos,
si el ábrego sacude la enramada.
Dios, para quien no existe un solo arcano,
únicamente contestar podría
esta pregunta, que formulo en vano:
"Su último pensamiento, ¿cuál sería,
cuando, muriendo, me apretó la mano
y cruzó su mirada con la mía?"
Nuestro idioma
Hallo más dulce el habla castellana
que la quietud de la nativa aldea,
más deleitosa que la miel hiblea,
más flexible que espada toledana.
Quiérela el corazón como una hermana
desde que en el hogar se balbucea,
porque está vinculada con la idea,
como la luz del sol con la mañana.
De la música tiene la armonía,
de la irascible tempestad el grito,
del mar el eco y el fulgor del día;
la hermosa consistencia del granito,
de los claustros la sacra poesía
y la vasta amplitud del infinito.
Harén de estrellas
Del mar vecino hasta la margen llego
y lanzándome en alas de la mente,
antes de que se extinga el sol poniente,
monto de un salto en su corcel de fuego.
Evoluciono en el espacio.... Luego
cruzo como un relámpago el ambiente,
las águilas contemplo frente a frente
y mi bandera en el azul despliego....
Escribo un madrigal en una nube,
y, al ver que exangüe, mi corcel no sube
al asilo en que mueren las querellas,
un alcázar fabrico en un celaje,
y cada vez que vuelvo de ese viaje
torno feliz con un harén de estrellas.
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