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Camilo Valverde Mudarra, España, 1940
Adorarte
No tengo otro remedio que adorarte,
es tan fuerte tu dádiva y cuidado,
que entero me han fundido y cautivado
y ya no vivo más que para amarte.
No tengo otro desvelo que mirarte
ni más afán que estar en ti arraigado;
mi corazón se agita en ti atrapado
sólo quiero tenerte y venerarte.
Yo no soy yo; te siento tan adentro
que, en ti diluido, vivo sin sentidos,
fuera de ti no soy ni me reencuentro.
El tú y yo, en el entronque, confundidos,
sin fin, fluyen redondos en un centro
donde los dos se incrustan transferidos.
El niño
Luce mi niño blanca luz de aureolas
en cielo azul de nívea transparencia;
es su carita un huerto de corolas
con arcanos perfumes de inocencia.
Su lengua viva boga entre las olas
de palabras y frases de insistencia;
su mente forja y sume en sus cabriolas
la flor del verbo pleno de su esencia.
Tres añitos redondos de ornamento
florecen en ramajes fulgurosos
anchos de vida y largos de incremento.
La pujanza de brotes vigorosos
aferra su alma a fértil fundamento
para campear los hielos rigurosos.
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