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Carlos Murciano, España, 1931
La soledad
La soledad, mi mala consejera,
vuelve otra vez a hablarme en el oído:
"para habitar la bruma o el olvido
basta morirse de cualquier manera.
Lo mismo da morirse en primavera
de una corazonada, que mordido
por los perros del hambre, que aterido
en un invierno pálido y cualquiera."
La verdad es que igual me da sentirme
de silencio la voz, el pie de roda,
yerto para escaparme o evadirme.
Máteme a mí la muerte que me toca.
A mí tanto me da de qué morirme.
Pero es mejor morirme de tu boca.
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