Carlos López Narváez,   Colombia, 1897


Almena

La tarde como valle macilento
y en ella tú la sonrosada nube;
bruma este amor calladamente sube
del claro río de mi pensamiento.

A tus manos desciende el firmamento
y de tus venas el color asume,
y se duermen la zarza y el perfume
de tu sonrisa al tenue movimiento.

¡Oh la clara dulzura de mirarte
callada sonreir, Dama cautiva,
impasible en su diáfano baluarte!

¡Oh la caricia inmóvil que furtiva
ondea como cándido estandarte
de tu esplendor sobre la almena viva.


Diafanidad

Sereno el esplendor de nuestro júbilo
en la urdimbre de oros vesperales;
lino tus manos, sedas el murmullo
de la canción y la ternura errantes.

Callada melodía del coloquio...
Mi corazón, nostálgico velamen;
tu corazón, velero migratorio,
mecidos al arrullo del instante.

Y los deseos como rosas vagas,
y la caricia como una ave ciega,
dulcemente quedándose asomadas
a ti como al brocal de una cisterna.

Toda distante, toda en mí te llevo;
dora la bruma tu presencia cándida,
y sobre el césped de un azul silencio
la noche compasiva nos enlaza.


 
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