|  |  | Carlos Pezoa Véliz,   Chile, 1879
 
 
 A una morena
 
 Tienes ojos de abismo, cabellera
 llena de luz y sombra, como el río
 que deslizando su caudal bravío,
 al beso de la luna reverbera.
 
 Nada más cimbrador que tu cadera,
 rebelde a la presión del atavío...
 Hay en tu sangre perdurable estío
 y en tus labios eterna primavera.
 
 Bello fuera fundir en tu regazo
 el beso de la muerte con tu brazo...
 Espirar como un dios, lánguidamente,
 
 teniendo tus cabellos por guirnalda,
 para que al roce de una carne ardiente
 se estremezca el cadáver en tu falda...
 
 
 Cuerdas heridas
 
 Semejante al fulgor de la mañana,
 en las cimas nevadas del oriente,
 sobre el pálido tinte de tu frente
 destácase tu crencha soberana.
 
 Al verte sonreír en la ventana
 póstrase de rodillas el creyente
 porque cree mirar la faz sonriente
 de alguna blanca aparición cristiana.
 
 Sobre tu suelta cabellera rubia
 cae la luz en ondulante lluvia.
 Igual al cisne que a lo lejos pierde
 
 su busto en sueños de oriental pereza,
 mi espíritu que adora la tristeza
 cruza soñando tu pupila verde.
 
 
 
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