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Carlos Reyna, Argentina, 1954
Soneto a la vida
Cuando la noche inquieta me cante su quimera,
y no arda en mí la llama de alguna vieja herida,
me acostaré en el filo de la doliente espera
y dormiré en el sueño del viaje de partida.
Cuando no suene el eco de la pasada gloria
y ya no quede nada, ni el llanto ni la risa,
me perderé en el canto sutil de mi memoria
y dejaré esta vida con mi mejor sonrisa.
Resurgiré en el cauce de nuevas alegrías
–dejando mi equipaje de viejas agonías–
sin tiempo ni distancia, sin forma ni envoltura.
Y habrán quedado amigos, pasiones y enemigos
–recuerdos y nostalgias que no tendrán testigos–
en esa vieja ruta de insólita locura.
Soneto de la amistad
Ondula más allá de la existencia
en un crujir de muros derribados,
y desafiando olvidos renegados,
le pone al tiempo su inmortal esencia.
No tiene voz ni aroma su presencia
–no se adivinan gestos señalados–
y sin embargo surgen entregados
infinidad de rostros sin ausencia.
Qué inocultable ciencia incomprendida:
hallar la pena ajena y combatirla
con el sólo poder de recibirla.
Buscar la mano quieta y extendida
y ahogar la sed de días esperados
entre los cuatro brazos entregados.
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