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César Bisso,   Argentina, 1952 
  
Amanece
  
  
El origen del día 
no es obra del sol.
  
Lo construye el sueño 
del labrador 
cuando sale en busca 
de la tierra encendida. 
  
Recuerdo morir
  
La fiebre de la selva 
desesperadamente sube. 
Nado. Los ríos arden. 
Sangre negra del Caroní 
vislumbra otro rumbo. 
Un crucifijo de luz: Orinoco. 
Desdentados farallones 
ignoran mi grito. 
No hay cielo. Pura fiebre. 
Recuerdo aquella tarde: 
de la muerte estoy vivo. 
  
Para no morir
  
Escribo con el agua 
sobre la piedra violácea 
del sueño. 
El río se deja oír. 
Otras voces muerden 
la carne viva del ocaso. 
Orilla de infierno. 
Queda vacía la palabra 
y fuga entre hojas 
hacia la boca de la noche. 
Allegro moderato 
Navegante silencio 
evoca el tardío enigma: 
¿muere todo esto 
si niego la mirada? 
  
 
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