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Eduardo Carrasquilla Mallarino, Colombia, 1887
Serenidad
Como lejano todo, como etérea la vida,
como inertes los centros del sentir corporal;
el corazón sin ritmos y la mirada ida
por un maravilloso panorama ideal.
Un vacío insondable donde la mente flota
pitagóricamente, bajo la flora astral;
un abismo sin límites en que, gota por gota,
exacerba una fuente su rezo musical.
Un largo viento cálido, sedoso, como una
caricia de tus manos, o como tus cabellos,
y un raudal luminoso que llena la oquedad.
Plenitud del espíritu, esotérico instante
en que –lejos la ausencia de vivir en la tierra–
invadimos el reino de la serenidad.
Rumbos supremos
En la mente se agitan tempestades
que, como las del mar, enfurecidas,
nos arrojan contra las realidades
en que se despedazan nuestras vidas.
Zozobran el amor y al esperanza,
huyen medrosas nuestras ilusiones;
y al llegar nuevamente la bonanza
son náufragos allí los corazones.
Pero el fanal, que brilla eternamente
en el alma tenaz de los marinos,
sigue alumbrando en la negrura los
rumbos supremos... Y la altiva mente
prosigue sus indómitos destinos
sobre los mares en que el faro es Dios.
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