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Eliseo Diego, Cuba, 1920
Venid, amigos...
Venid, amigos, a la fiesta mía,
a donde el campo grava el sol de rojo,
campo mi sangre en que mi vida acojo,
árbol mi sangre en que se encarna el día.
Pues mi casa renace en alegría
y el diario pan su eterno sol ofrece,
criaturas de mi sueño que os merece,
venid, amigos, a la fiesta mía.
Veréis que entera os doy la antigua tarde,
el camino y el árbol, la palabra
querida que dijimos ya muy tarde.
Pues cuando el pecho mi vigilia abra,
vendréis donde mi pan, donde mi vino arde,
al abrigado amor de mi palabra.
El General a veces...
El General a veces nos decía
extendiendo sus manos transparentes:
«así fue que lo vimos aquel día
en la tranquila lluvia indiferente
sobre el negro caballo memorable».
Suavizaba la sombra del alero
su camisa de nieve irreprochable
y el arco duro del perfil severo.
Y mientras en el patio de azul fino
cercana renacía la tristeza
del platanal con sus nocturnos roces,
más allá de las palmas y el camino,
limpiamente ceñida su pobreza,
pasaban en silencio nuestros dioses.
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