Emilio Bobadilla,   Cuba, 1862


La piragua

Barquera, ven: la noche está serena
cuajada hasta el confín de extrañas luces.
Al son de tu doliente cantinela
¡a cuánta gente anónima conduces!

El río blando, cadencioso rueda
en el milagro de la noche de oro;
se adormece al pasar por la arboleda
y al volcarse en el mar, bulle sonoro.

Barquera, ven: ignotas suavidades
mueven la fronda y tiemblan en el agua
como caricias hechas claridades.

En el éter azul la luna brilla.
Barquera, ven: apresta la piragua
y pásame en silencio a la otra orilla.


Primavera

Nieves, lluvias, heladas, ventoleras...
y hoy reverdece el campo hasta ayer seco;
las ramas son ruidosas pasajeras
y nidos hay del árbol en el hueco.

Luz que es cristal de miel delicuescente,
abrillanta el contorno de las cosas;
canta el gallo y escuchan de la fuente
el rumor, entreabriéndose, las rosas.

Turquesa es hoy el cielo ayer plomizo,
y en brisa y en rocío se revuelve
lo que ayer era ráfaga y granizo.

–¡Aleluya, aleluya!– todo grita;
pero al tumulto del vivir que vuelve
sólo mi juventud no resucita.


 
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