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Enrique Bianchi, Uruguay
La hora unciosa
Vengo cansado y triste, buscando los divinos
remansos de tus ojos para lavar mi herida:
¡traigo en el pecho el sello sangriento de la vida;
y en la sandalia el polvo de todos los caminos!
Pongo en tus manos castas el alma dolorida,
que ha menester de ingenuos ensueños cristalinos...
¡Y sean tus afectos los astros vespertinos,
ungiendo de dulzura la tarde de mi vida!
Y así como sentiste, en horas invernales,
errantes golondrinas llamar a tus cristales,
en busca del amparo piadoso de tu seno;
¡hoy llegan mis amores, como aves extraviadas,
para anidar el dulce calor de tus miradas,
ansiosas de un refugio: tu espíritu sereno...!
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