Enrique Hernández Miyares,   Cuba, 1859


Carmen

Roja flor en la negra cabellera,
ojos de fuego, labios tentadores,
pasa ondulante y requiriendo amores,
Carmen, la sevillana cigarrera.

Canta y baila diabólica y artera,
y a Don José, del ansia en los ardores,
hace esquivar cornetas y tambores
y ultrajar el honor de su bandera.

Desertor, criminal contrabandista,
no hay valladar que al ímpetu resista
de aquel amante de traiciones lleno.

Surge Escamillo; acecha la navaja,
y a la sangrienta herida cae la maja
con otra roja flor sobre su seno.


La hora verde

Del parisiense boulevard fastuoso
prolóngase la plácida penumbra,
porque el sol de oro viejo sólo alumbra
con mortecino rayo perezoso.

De la jornada al fin llegó el reposo,
oasis que en la brega se columbra,
y en los bruñidos mármoles deslumbra
del verde ajenjo el néctar venenoso.

Arde el café moderno entre el gentío,
y a cortos tragos sorbe, lentamente,
la amarga copa el bebedor sombrío,

mientras por el asfalto reluciente,
como azotada por el viento frío,
pasa la burguesía indiferente.


 
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