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Enriqueta Ochoa, México, 1928
Eternidad
La eternidad mece, ondula,
abre de par en par su túnica de viento;
en el espacio de su seno esplende
una constelación de luz acumulada.
El Padre la detiene. Un instante
mete su mano turbulenta hasta la entraña
y la abre sobre la piel del mundo.
Un alud de semillas caen, parpadeando.
Se fecunda la tierra. Cada segundo se fecunda.
El hombre entra a la prisión de su cuerpo
doblada la cerviz
y vuelve a tirar de sí, uncido al yugo de la vida,
hasta que aspira el Padre
y volvemos al seno de la Madre.
Sin ti, no
Sin ti, no.
Sin ti, ni un paso más.
Ni al pasado ni al olvido ni al futuro.
Sin ti sólo el grito con lágrimas,
agazapado, trizándose la lengua,
esperando el minuto distraído
en que me saltaré las sienes
una tarde de otoño;
en una de esas fugas del misterio
en que Dios se descuida, sin quererlo.
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