Epifanio Fernández Vanga,   Puerto Rico, 1880


Hacia la sima

¡Treinta años!... Las nubes en el cielo
se espesan más; los seres y las cosas
van tomando ese tinte de las rosas
cuando, marchitas, las reclama el suelo.

Cuanto diera placer, causa develo;
y se han vuelto –por arte misteriosas–
moscardones las áureas mariposas;
cardo la flor, y el entusiasmo, hielo.

Y el mundo sigue su correr, en tanto;
ni amor, ni risa, ni dolor, ni llanto
obstaculizan su fatal jornada.

¡Ay!... Si posible al corazón le fuera
detener, en su espléndida carrera
al Tiempo, que nos lleva hacia la Nada!


Sevillana

¿Es ave esa mujer, o flor o estrella?
¿Náyade, acaso? ¿musa? ¿palma? ¿lirio?
¡Brilla en sus ojos el fulgor de Sirio,
y el alma de un jazmín palpita en ella!

En sus labios de púrpura, destella
el resplandor sangriento de un martirio;
y en su carne fantástica, el delirio
dejó estelada su incitante huella.

Al andar, sus caderas de sultana
entonan una música pagana
de tibias notas que al amor conspiran.

Y detrás de sus curvas de española
casi se pueden ver, formando cola,
los besos de los hombres que la miran.


 
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