Eusebio Lillo,   Chile, 1826


El poeta y el vulgo

Al altanero y encumbrado pino
díjole un día la rastrera grama:
–¿Por qué tan orgulloso alzas tu rama
cuando no alfombras como yo el camino?

Y él respondió: –Yo doy al peregrino
sombra, cuando su luz el sol derrama,
y cobijo las flores cuando brama
el ronco y desatado torbellino.

Así el vulgo al poeta gritó un día:
–¿Por qué miráis indiferente el suelo?
¿Qué hacéis? ¿Quién sois? Y el bardo respondía:

–Soy más que tú porque tal vez recelo
que sólo de mi canto a la armonía
comprendes que hay un Dios y que hay un cielo.


Hay algo en ti...

Hay algo en ti del serafín que mora
en la mansión eterna y esplendente;
en tu serena faz, niña inocente,
y en el azul que tu mirar colora.

Fresco botón que al despertar la Aurora
y al casto beso del fugaz ambiente,
alza su pura y delicada frente,
tal eres tú, Matilde encantadora.

De aquesta vida en el camino estrecho
se abra a tu paso florecida senda
y paz respire y bienestar tu pecho.

Un alma halles que te ame y te comprenda;
y grato abrigo del paterno techo
sé de feliz unión, hermosa prenda.


Consejo

Goza, bien mío, en tanto que en la vida
la fresca lozanía te acompaña,
que es flor la juventud que el tiempo daña
y no vuelve jamás una vez ida.

Mientras gozamos de la edad florida
en mil deleites el amor nos baña;
más tarde, ¡ay tristes! la vejez huraña
nos roba el fuego que en el alma anida.

El amor, como Dios, tiene su cielo;
olvida allí del corazón enojos
pues para gozar viniste al suelo.

Y si presa han de ser aquesos ojos
y el seno aquel de la vejez de hielo,
sean más bien de amor dulces despojos.


 
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