Evaristo Méndez,   Argentina


La montaña

Ya viste su coraza de nevada el gigante
Tupungato, y duerme en su lecho milenario.
Es un bruñido espejo la nieve y la distante
luna refleja en ella su rostro visionario.

Precursor de tormentas, da su gran voz vibrante
el viento, y va arrastrando por el enorme estuario
del valle, su armonía quejosa y sollozante,
quejosa y sollozante por el enorme estuario...

De las nubes desfilan las fantásticas tropas;
en retirada llevan sus desgarradas ropas,
van despacio, esperando que llegue la luz diurna.

Y con hondo cansancio, con enorme desvelo,
va tan sólo la luna peregrinando el cielo
en esa formidable desolación nocturna...!


Bohemia infantil

La tropa vagabunda de pilluelos inicia
su emigración del pueblo, en busca de praderas,
de bosques, de arroyuelos, de sol y de quimeras.
La mañana es el éxodo fraternal y propicia.

Se creen conquistadores de un país sin noticia
o de un mundo lejano. Atraviesan las eras
cortando los caminos, o arrancan las primeras
frutas de Estío. Su libertad les acaricia.

Y les embriaga. Llegan a un arroyuelo; el sauce
sombrea las orillas del silencioso cauce
y en el agua se sienten en su propio elemento.

Meriendan un yantar escaso, y el regreso
emprenden. Y la hora que oprime con su peso
y que mustia los campos, calla su pensamiento.


 
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