Federico Acosta Noriega,   España, 1908


El Cristo de la Humildad

Después de condenado en burdo juicio,
coronada tu frente por espinas,
sobre tu misma mano la reclinas
en el breve descanso del suplicio.

¿Qué se esconde, Señor, bajo tu frente?
¿Qué piensas mi Señor en ese instante?
¿Es acaso, Jesús, que no es bastante
hacerte condenar, siendo inocente?

Sólo a tus jueces la condena infama
por el torpe baldón de su sentencia,
y todo el orbe con ardor se inflama

al noble resplandor de tu inocencia.
Y para siempre con amor te aclama,
Señor de la Humildad y la Paciencia.


Recuerdo

Desde el Duero al Genil tendí yo un puente
sobre el arco ideal de una poesía,
y mi amor suprimió la geografía
para fundir los ríos en mi mente.

Sobre este arco con amor ardiente
Castilla daba un beso a Andalucía,
era de un hijo que le prometía
un recuerdo filial eternamente.

De ese beso tal vez fuera yo el dueño,
que imágenes sublimes fui forjando,
porque quise fundir con loco empeño

lo que el espacio estaba separando;
yo bien sé que eso siempre será un sueño;
pero, dejadme a mí seguir soñando.


 
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