Federico Balart,   España, 1831


Reverberación

Charco donde hallo el sol reproducido:
tanto las turbias aguas ennobleces
con la imagen prestada, que pareces
fragmento de los cielos desprendido.

Mas si, a impulso del viento sacudido,
tus linfas tenebrosas estremeces,
a los ojos atónitos ofreces
el cieno en tus entrañas escondido.

¡Oh mente humana, charco de agua obscura!
Cuando tus olas la impiedad altera
muestras por fondo el vicio o la locura;

y, bajo el hueco de la azul esfera,
sólo pareces bella, y clara, y pura,
cuando Dios en tu seno reverbera.


Visión

Por los ámbitos lóbregos de un sueño
vi cruzar un fantasma peregrino
que, envuelto en nube de fulgor divino,
me llamaba mirándome risueño.

Seguirle quise con ardiente empeño,
fascinado y extático y sin tino;
pero, al tocar su manto purpurino,
veloz huyó, mirándome con ceño.

Sentido de su rápida mudanza,
«¿Por qué –dije– te places en mi daño?»
Y él, al desvanecerse en lontananza:

«Yo soy –me dijo con semblante huraño–,
para quien no me logra, la Esperanza;
para quien me consigue, el Desengaño.»


Recuerdo

¡En mis brazos murió! Boca con boca,
bebí anhelante su postrer aliento,
que, aumentando por grados mi tormento,
desde entonces el alma me sofoca.

Yo mismo la vestí. Mudo cual roca,
sin lanzar un gemido ni un lamento,
cumpliéndole un sagrado juramento,
negro manto le puse y blanca toca.

Hoy, cuando la amargura me enloquece
una dulce visión de aspecto santo
con hábito monjil se me aparece.

Compasiva me mira; y cuando el llanto
mis párpados cansados humedece,
las lágrimas me enjuga con su manto.


 
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