Federico Escobar,   Panamá, 1861


La criolla Panameña

Lleva el pelo formado en dos nudos
sujetados con lindas peinetas,
y a la vez con enormes tembleques
do relucen blanquísimas perlas.

Coronada de muchos jazmines
el ambiente perfuma doquiera;
y un sombrero muy guapo de paja
se coloca sobre la cabeza.

Vedla: al hombro se cruza buen paño;
es limeño con flecos de seda;
y una gruesa cadena de oro
con grandes escudos, al cuello le cuelga.

La camisa es de género fino
y formada con dos arandelas
(la camisa no cubre los brazos
ni los hombros de la panameña).

A su talle se ajustan las faldas
de clarín que se llaman pollera,
sujetadas con cuatro botones
que quizá muchos duros le cuestan.

Sus zapatos son finos, por cierto
son babuchas de pana o de seda...
pero, aparte: no gasta en las ligas
porque el traje no exige las medias.

He aquí, pues, mis queridos lectores,
el retrato de la panameña,
que en los días de alegres jolgorios
el Punto, aire alegre, muy bien zapatea.


Madrugada en el campo

En la vasta llanura, que es serrallo,
muge, Sultán con astas, viejo toro;
las vacas, odaliscas, le hacen coro
y cada buey eunuco es un vasallo.

Relincha en el potrero el Rey Caballo
tal vez celoso de un potranco moro;
y al lado trovador, de plumas de oro,
alegre en el cortijo canta el gallo.

Y en el corral está con la totuma
sacando a chorros leche que da espuma,
la campesina que una vaca ordeña,

mientras su esposo, rústico montuno,
en el bohío espera el desayuno
para ir en busca de mazorca y leña.


 
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