Federico Rivas Frade,   Colombia, 1858


Consolatrix afflictorum

Ante el viejo retablo donde lloras,
mi madre se postraba de rodillas,
y, lo mismo que en ti, vi en sus mejillas
rodar el llanto en las amargas horas.

Como un rayo de luz de dos auroras,
de ella y del cielo en que sin mancha brillas,
bajaba con mis súplicas sencillas
la compasión que tú de Dios imploras.

Muerta mi madre, en noches de amargura
ante el cuadro a caer vuelvo de hinojos,
y cuando el alma su oración murmura,

se aplacan de mi vida los enojos,
porque al rogarte a ti, se me figura
que ella me está mirando con tus ojos.


En la sierra

Hirsuto el pelo, el caminar doliente,
inútil o humillada la altanera
cornamenta que el tigre en lucha fiera
venció bajo la luz del sol ardiente.

Hambriento, despeado, lentamente
el que antes fue señor de la pradera,
va de la rocallosa cordillera
ascendiendo por la áspera pendiente.

Al fin, bajo el rigor de las jornadas,
imponente desplómase en la altura;
y al volver al oriente sus miradas

lánguidas de cansancio y amargura,
regosto hay en sus nervios de vacadas,
y en sus ojos, nostalgias de llanuras.


 
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