Francisco J. Fálquez Ampuero,   Ecuador, 1877


Venus negra

Alta y fornida, cual gallarda encina,
de ébano tiene el resplandor tu seno;
eres un vaso de febril veneno
con sabores de miel luciferina.

Tu mirada picante es de felina,
hembra de lomo mórbido y relleno;
tu rojo labio, en el festín obsceno,
lanza su muelle copia libertina.

Como el manto cobrizo de una hoguera,
envuelve tu ampulosa cabellera
las desnudeces de tu carne ardiente;

y en el dogal de tu insaciable abrazo
se mezclan las crueldades del zarpazo
al lánguido ondular de la serpiente.


El buzo

Del costado en vaivén de la piragua,
en un claro remanso ribereño,
baja el buzo. Su prócero diseño
copia en su lomo vacilante el agua.

Relumbra el cielo como ardiente fragua;
filtran los chorros áureos el risueño
cristal dormido... Más allá, el desgreño
de su rompiente ostenta una cancagua.

Abierto del flujo de las ondas
sobre lecho de arena y algas blondas
yace el cable de voces inauditas.

Mudas están pero el obrero fuerte
se hunde sin miedo en el abismo inerte
y desata las lenguas infinitas...


Sangre y arena

El pueblo acude a la función de gala,
cual la plebe de Roma al Coliseo.
Hay de telas suntuoso cabrilleo,
mil abanicos en batir de ala.

El sol, en chorros de color, resbala
sobre capas y mantos en coleo;
las manolas de rítmico ceceo
destellan como luces de bengala.

Por los palcos, en ánforas de arcilla,
ofrece la ojinegra gitanilla
sus refrescos que aceptan las huríes.

En la arena, do expira un bravo toro,
enjuga el diestro, de chaqueta de oro,
su estoque tinto en gotas carmesíes.


 
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