Francisco Martínez de la Rosa,   España, 1787


La perdiz

Cesa un instante siquiera,
cesa, avecilla, en el canto,
y no atraigas a los tuyos
con tu pérfido reclamo:
El mismo dueño a quien sirves,
te arrancó del nido amado,
te robó la libertad,
te desterró de los campos;
y por complacerle ahora,
de tanta crueldad en pago
a tu esposo y a tus hijos
tú misma tiendes el lazo.
La voz del amor empleas,
brindas con dulces halagos,
cuando la tierra y el cielo
a amar están convidando;
pero entre tanto escondida
la muerte acecha a tu lado,
pronta a salpicar con sangre
las bellas flores del prado...
¡Ay!deja al hombre cruel
valerse de esos engaños;
llamar con la voz alevosa
y vender a sus hermanos.


 
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