Francisco Modesto de Olaguibel,   México, 1874


Ni contigo ni sin ti

No fue tu amor el que me dio la muerte,
por más que, al abrasarme con su lumbre,
sobre mi alma eché la pesadumbre
infinita y tremenda de quererte.

Tampoco fue tu olvido; quedé inerte
al trasponer del ideal la cumbre;
pero luego volvió la muchedumbre
de los sueños, que huyeron al perderte.

No, nada de eso fue: la triste vida,
la selva dolorosa, ensombrecida,
cuya helada tiniebla me da miedo...

¡Qué importan ni tus besos ni tu hastío!
La noche está muy negra; tengo frío.
¡Ni sin ti, ni contigo, vivir puedo!


No castas hermosuras ni rostros de princesa...

No castas hermosuras ni rostros de princesa,
ni ojos donde brille la luz de la ilusión.
satánicas beldades, perfiles de faunesa,
y trágicas pupilas de ángel en rebelión.

No bocas ideales de sonrosada fresa
en donde tiemble el ósculo gentil de la pasión.
Boca sensual y lúbrica que muerde cuando besa
con labios encendidos, –flores de tentación–.

Amores ardorosos, vibrantes y soberbios
de donde brote el canto sonoro de los nervios,
hechos de fibra y fósforo, de médula y de luz.

Y sea nuestra musa como un súcubo pálido
que ahogue nuestras vidas entre su abrazo cálido
mientras sucumbe el Sueño clavado en una cruz.


 
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