Franklin Mieses Burgos,   Dominicana, 1907


Estrella matutina

Gota de luz celeste que destila
desde su propia eternidad cerrada;
espiga de la gracia germinada
en la mano del ángel que vigila.

Sola, serena, y por demás tranquila
derrumba su existir con la alborada
¡Saeta de la noche vulnerada!
¡Redonda voz de una lejana esquila!

Pastora que apacienta en altos prados
donde de claridades nacen rosas
de solitarios pétalos nevados.

¿Qué enamorado serafín te cuida
a la orilla del aire en que reposas
lo mismo que una lámpara encendida?


Humilde mayo

Mayo trajo la flor, la milagrosa
palabra vegetal que arrulla el viento.
Mayo pobló su propio firmamento
con la sola presencia de una rosa.

Yo la miré ascender tan jubilosa
a su pequeño, débil monumento,
que fue como si viera el nacimiento
de una terrestre aurora luminosa.

Era su viva lumbre madrugada
una encendida hoguera encarcelada
en el cielo cerrado de su esfera.

Única roja rosa amanecida.
Rosa de una estación empobrecida.
¡Sólo con ella fue la primavera!


 
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