Gabriel de la Concepción Valdés,   Cuba, 1809


A mi amada

Mira, mi bien, cuán mustia y deshojada
está con el color aquella rosa
que ayer brillante, fresca y olorosa,
puse en tu blanca mano perfumada.

Dentro de poco tornárase en nada:
No verás en el mundo alguna cosa
que a mudanza feliz o dolorosa
no se encuentre sujeta u obligada.

Sigue a las tempestades la bonanza,
siguen al gusto el tedio y la tristeza;
mas perdona que tenga desconfianza

y dude de tu amor y tu terneza,
que habiendo en todo el mundo tal mudanza
¿Sólo en tu corazón habrá firmeza?


Recuerdos

Cual suele aparecer en noche umbría
meteoro de luz resplandeciente,
que brilla, parte, vuela, y de repente
queda disuelto en la región vacía;

Así por mi turbada fantasía
cruzaron cual relámpago luciente
los años de mi infancia velozmente
y con ellos mi plácida alegría.

Ya el corazón a los placeres muerto
parécese a un volcán, cuya abrasada
lava tornó a los pueblos en desierto;

mas el tiempo le hoyó con planta airada
dejando sólo entre su cráter yerto
negros escombros y ceniza helada.


A una ingrata

Basta de amor: si un tiempo te quería
ya se acabó mi juvenil locura,
porque es, Celia, tu cándida hermosura
como la nieve, deslumbrante y fría.

No encuentro en ti la extrema simpatía
que mi alma ardiente contemplar procura,
ni entre las sombras de la noche oscura,
ni a la espléndida faz del claro día.

Amor no quiero como tú me amas,
sorda a los ayes, insensible al ruego;
quiero de mirtos adornar con ramas

un corazón que me idolatre ciego,
quiero besar a una deidad de llamas,
quiero abrazar a una mujer de fuego.


 
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