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Gaspar María de Nava Alvarez, España, 1760
Clara noche
Clara noche en que vi confusamente
mezclarse mi desdicha y mi ventura,
noche de amor y noche de amargura
siempre en mis ojos estarás presente.
Veré continuar el oro refulgente
que de orla sirve a la celeste altura,
el vivo resplandor la nieve pura,
la dulce majestad y el fuego ardiente.
Veré la copa del placer unida
al vaso del dolor y en un instante
empezar y acabar mi triste vida,
mas no veré sereno mi semblante
hasta serme otra noche concedida
de tanto gusto pero más constante.
A la muerte de su dama
Si después de la muerte, todavía
se encuentran nuevas voces dolorosas
y bajo las heladas duras losas
abrasa el pecho el fuego que solía,
prosiga el eco de la angustia mía;
y las verdes colinas que, envidiosas,
dividen nuestras tumbas silenciosas
lo aumenten y repitan a porfía;
para que sea el punto conducido
a Leyla en alas del piadoso viento
hiriendo con amor su tierno oído.
Así tendré al morir el contento,
que aunque me halle ya a polvo reducido,
se goce Leyla con mi triste aliento.
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