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Giraldo Jiménez,   Cuba, 1892 
  
El don de la lluvia
  
Con una pertinacia monocorde que aduerme 
cae la lluvia en el viejo villorrio familiar, 
y yo me entrego al canto de las aguas inerme, 
y con vivos deseos de sentirme arrullar.
  
Reclino sobre el banco de trabajo la frente, 
y en mi interior alcázar, solo, me reconcentro, 
mientras la lluvia vierte su pertinaz nepente 
y me hundo en la casa familiar más adentro.
  
Y así, en derredor mío, las aguas tienden una 
cortina impenetrable de sombras y sonidos 
que enclaustran totalmente mis ávidos sentidos.
  
(Canes enflaquecidos que ladran a la Luna) 
y experimento así, abstraído en mi verso, 
el placer de sentirme solo en el Universo. 
  
Arcano
  
Lo hallaron una tarde sobre los acantiles 
en la costa bravía con el cráneo deshecho, 
sin que odio ni envidia ni rencores hostiles, 
sino sus propias manos perpetraran el hecho.
  
Y era bueno. Tan sólo supo odiar a los viles 
tiranos que a los hombres conculcan el Derecho... 
A la fuerza de Hércules unía el valor de Aquiles, 
y el corazón pujante no le cabía en el pecho.
  
Rindiéronle en la ruta colmada de placeres, 
como digno homenaje a sus actos viriles, 
el respeto los hombres y el amor las mujeres;
  
pero rompiendo súbito con el prejuicio hecho 
apareció una tarde sobre los acantiles 
de la costa bravía con el cráneo deshecho. 
  
 
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