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Gregorio Reynolds, Bolivia, 1881
Panteísmo
Yo quiero de tus lagrimas el póstumo tributo,
En gracia de lo mucho que por tu amor sufrí,
El dia en que siguiéndome con paso irresoluto,
Al campo santo vayas para volver sin mí.
Al convertirme en árbol, te ofreceré mi fruto.
Sera mientras exista mi sombra para ti...
Después, cuando a mi vera, cual mármol impoluto
reposes, mis raíces han de abrazarte allí.
Bajo mi savia –¡oh virgen!– tu carne toda en germen,
Ha de surgir de nuevo con todos los que duermen
En subterráneo génesis el sueño vegetal...
Y al envolver mi tronco tu floreciente traje,
Arriba, luminosas, en el etéreo viaje,
daránse nuestras almas el beso sideral.
En la mirada de hidalgo...
En la mirada de hidalgo austero
fulge –reflejo de un dolor arcano–
la excelsitud del pensamiento humano
que anhela conocer lo venidero.
Ansia de hallar el místico sendero
de la serenidad. ¡Con qué desgano,
como una flor de cera esta la mano
puesta en el corazón del caballero!
Tal vez bajo esa mano enflaquecida
por la tenacidad del sufrimiento,
tal vez bajo esa mano hay una herida.
Del caballero el padecer perdura
plasmado en su semblante macilento
y en la grave actitud de su figura.
Indio
Inalterable, por la tierra avara
del altiplano, luce la mesura
de su indolente paso y su apostura,
la sobria compañera del aymara.
Parece, cuando lánguida se para
y mira la aridez de la llanura,
que en sus grandes pupilas la amargura
del erial horizonte se estancara.
O erguida la cerviz al sol que muere,
y de hinojos, oyendo el miserere
pavoroso del viento de la puna,
espera que del ara de la nieve
el sacerdote inmaterial eleve
la eucarística forma de la luna.
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