Gregorio Silvestre,   Portugal, 1521


Habiendo sido ya más combatida...

Habiendo sido ya más combatida
mi ninfa, que en el mar la dura roca,
amor la fuerza, hiere y la provoca
a darse entre mis brazos por vencida.

Y allí del mismo amor mío encendida
con su hermosos labios bebe y toca
el aire más caliente de mi boca,
haciendo de dos almas una vida.

Y un alma de dos cuerpos moradora
y dos cuerpos en uno más trabados
que jamás hiedra estuvo a olmo alguno.

Suspende este milagro amor ahora,
que no estemos jamás menos ligados
que Salmacia y Troco hechos uno.


Si mi vida pudiese defenderse...

Si mi vida pudiese defenderse
tanto de sus tormentos y sus daños
que, por virtud de sus postreros años,
vea vuestra hermosura oscurecerse,

y los cabellos de oro plata hacerse,
y dejar la guirnalda y ricos paños,
las galas y los trajes –tan extraños
que hacen mi afición más extenderse–:

allí me dará amor atrevimiento
para poder decirrle mi cuidado,
los años, días, meses y el momento.

El tiempo contrario es a tal estado;
mas tanto no será, que mi contento
no llegue algún suspiro, aunque cansado.


Con penas quiere Amor...

Con penas quiere Amor que me contente
y que perdiendo entienda que me gano,
que tenga el corazón muriendo ufano,
que sienta y que no sienta lo que siente.

Ni sé cuando estoy frío ni caliente,
ni sé cuando es invierno ni verano;
en mí lo más doliente es lo más sano
y es lo más sano en mí lo más doliente.

Del un extremo al otro extremo,
que no vale razón, ni ley, ni uso
para avisarme del error pasado.

Y es mal de tantos males, que no temo
sino que todo reino en sí confuso
en breve tiempo se verá asolado.


 
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