|  |  | Guillermo de Montagú,   Cuba
 
 
 Hermano, aguarda...
 
 Hermano, aguarda. Quiero descansar a la sombra
 del árbol milenario. Ya encontré en el camino
 el báculo amoroso que ayuda al peregrino
 a rendir su jornada. Aquí, sobre la alfombra,
 
 que bordan esmeraldas y violetas, espero.
 Bajo el manzano arrulla sosegada una fuente.
 Deja que purifique su frescor transparente
 mis plantas de la sangre y el polvo del sendero.
 
 Hermano, marcha solo. Un ensueño apacible
 encadena mi espíritu al árbol milenario.
 Hay un nido en las ramas y un ave que se queja.
 
 Ya no temo el cansancio. Ya me siento invencible.
 ¡Porque he visto al abrigo de un techo hospitalario,
 asomarse la vida, sonriendo, a una reja!
 
 
 Serenamente casta...
 
 Serenamente casta, la paz de su belleza,
 tiene ese dulce encanto que redime y cautiva.
 No sabe de rubores su inconsciente pureza,
 ni sabe ser su amable sinceridad esquiva.
 
 No provoca su carne las hambres del pecado
 sino el místico anhelo de la santa ternura.
 Nunca sus labios rojos el amor ha besado,
 ni en su seno de virgen palpitó el ansia impura.
 
 Sus miradas tranquilas, de la madre y la esposa
 tienen la mansedumbre espiritual y quieta
 que sana las heridas y extingue todo fuego;
 
 y en su caricia fulge la llama misteriosa
 de esas lámparas suaves que en la noche discreta
 sobre el hogar derraman claridad y sosiego.
 
 
 
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