Guillermo Etchebehere,   Argentina, 1917


Estética

Yo doy mi canto como da el verano
golondrinas, y el mar da litorales.
Nunca supe el porqué de los trigales
pero lo mismo el pan llega a mi mano.

Si estuviera vedado al duraznero
salir por sus duraznos milagrosos,
un viento enloquecido de carozos
mordería su tronco prisionero.

Y no sé si el poema es una rosa
o una brizna del alma numerosa
que encontró la palabra que la nombre.

Sólo sé que se cumple mi destino
cuando el verso que doy muestra el camino
que transita el poeta con el hombre.


Tal vez cuando nadie me recuerde

Conmigo van los pájaros, el río,
los tráslucidos faunos del verano,
el nombre lujurioso del manzano,
y el panal de dulzor y escalofrío.

El árbol más antiguo y más lejano,
es un poco del sol y un poco mío.
Raíces de avidez y poderío
convergen en las líneas de mi mano.

El día del adiós definitivo,
dejaré junto al sauce pensativo
mi sangre terrenal y pajarera.

Tal vez cuando ya nadie me recuerde,
desde la euforia de una rama verde
mi voz anunciará la primavera.


Fe

En la ciudad del hombre ya no queda
la sonrisa de un pétalo;
ni una tarde cruzada de palomas;
ni la espiral celeste de un recuerdo.
Ya no existe la casa con la madre,
ni la cómoda antigua del abuelo,
ni la mesa de pino, ni el manzano
ni los ojos del perro.

Toda la simple intimidad del hombre
cayó de bruces en el mar de hierro.
Pero la muerte no tendrá en sus venas
el caudal necesario de silencio
para que deje de cantar el río
su siempre nacimiento.

Nunca tendrá relámpagos bastantes
para incendiar el cielo;
ni tanta sombra para tantas albas;
ni el suficiente viento
para arrancar del bosque de los días
la eternidad elemental del pueblo.

En la entraña violenta de la muerte
un fruto de alegría está creciendo.


 
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