Hilario Barrero,   España, 1948


Cementerio en Luarca

Las cruces en lo alto sostienen
la plenitud azul del mediodía
y la muerte escondida se enfrenta
victoriosa con el mar.
Matrimonios unidos de por vida
(o eso dicen las lápidas borrosas)
vinculados ahora por la muerte
esperan lo imposible:
que el mar se seque y que vuelva el amor.
Cuando vivías, un cementerio marino
me traía el recuerdo de pinos y palomas,
ahora me acerca a ti, madre,
esperando en un mar de secano
que los chillidos de las gaviotas que no oyes
te despierten y te traigan ese amor
que hace tiempo abandonó tu vida.


Dust

Nació y la llamaron Rose,
los mejores colegios, el baile fin de curso
donde por vez primera su traje se manchó...
fue hippie, preppie y yuppie
se entregó con pasión a muchos cuerpos
sin distinción de sexo, drogadicta,
agitadora, demócrata y atea,
luego republicana, madre y ejecutiva,
atacada de cáncer, radiaciones,
una peluca rubia, evangelista, divorciada,
emprendedora de negocios,
periodista, portavoz, vegetariana,
en ocasiones líder y por fin abuela
se retiró a una isla a escribir sus memorias
y a dibujar iconos de santos ortodoxos.
Un puñado de polvo,
guardado en una arqueta de metal
olvidada en un sótano oscuro,
es todo lo que queda de su muerte.
De ella queda la espina de su vida.


Tesoros ocultos

Entre tanto desorden de matices,
óleos mediocres de la escuela de El Greco,
bargueños, platos, libros, vasijas, pergaminos,
y un frío de gusanos como
el que vive dentro de un panteón
junto al joven portero que esperaba impaciente
a que fueran las dos para cerrar la sala,
una barra de pan recién cocida
se enfriaba tierna de claridad
como si Zurbarán acabara de entrar al refectorio
y fuera a bendecir a la Pintura.


 
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