Isla Correyero,   España, 1957


El perturbado

El perturbado camina por el pasillo
con una vela en la mano.
Entre la velocidad y la luz de su paso
se ven sus lágrimas azules.

Desviado del mal su voz es indefensa.

Rodeado de moscas blancas,
encerrado en su círculo,
camina toda la noche por el hospital,
mientras la cristalina luz de la inocencia
le protege.


No fluye sangre

No he venido a traerte la violencia
que habita en mi corazón.

No he venido a mostrarte mis ojos despintados
y mi último vestido.

No he venido a distraerte ni a olvidar.

Ni vengo a matarte ni a vivir de tu sombra.

He venido a verte envejecer y a que
en tu decadencia me veas como nunca me viste:

Fría, paciente y azul como un cadáver.


Angioplastia

Paso, desfalleciente, con mi bata traslúcida
al quirófano helado donde yace mi enfermo.

Tiene una arteria ahorcada sobre la mesa fría
y un conjunto de médicos asaltan a su muerte.

Observo desde un ángulo la operación inútil
y me abrasa el deseo de arrancarme los ojos.

Desde la ingle, arriba, van pasando el catéter
hasta pinchar el húmedo corazón que se para.

¡Oh pájaros del miedo! ¡Oh violencias azules!

Mi enfermo ha pronunciado un aullido obediente
y sobre mi cabeza se ha derrumbado el mundo.

Se han movido los cielos.
Un huracán proviene.
He perdido mi vida, yo también.
El relámpago agita los ojos de mi muerto.


 
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